Un hombre creó una selva al lado de la autopista. Alzó en el bosque, con sus propias manos, construcciones tan bellas como inverosímiles. Acabó reduciéndolas a cenizas para volver a reconstruirlas, una y otra vez, durante décadas. Se le conoce como el “Garrell”, el “Tarzán de Argelaguer” y no se guía por ningún propósito aparente, salvo su lema: ir haciendo “sobre la marcha”.